Convivencia

Javier, el artillero que perforó el Canal de Panamá

De calderero en paro a experto en voladuras internacionales: la historia de Javier, un trabajador incansable cuya vida profesional transformó la ingeniería de infraestructuras desde Córdoba hasta Centroamérica

GETAFE/04 JUNIO 2025.- «Estamos aquí otra semana más en Hablando con Mir, trayendo las historias que importan, contadas por quienes las vivieron.» Así arrancaba una entrevista que se convirtió, sin buscarlo, en una lección de vida, de oficio y de vocación. El protagonista: Javier, hoy ya jubilado, pero con un legado profesional que trasciende fronteras y continentes.

Javier no empezó su carrera con dinamita ni planos de túneles. Se formó como calderero, pero la crisis del metal a finales de los años 70 le obligó a reinventarse. Fue entonces cuando un conocido de la familia le propuso algo temporal: trabajar como peón en una empresa de perforaciones y voladuras. Lo que parecía una solución provisional se convirtió en el trabajo de su vida.

“Yo estudié para otra cosa”, cuenta Javier con humildad. Pero lo que comenzó con un contrato temporal terminó con explosiones controladas en minas, montañas y edificios, y años después, con su nombre inscrito —aunque sea invisible— en uno de los mayores proyectos de infraestructura del mundo: la ampliación del Canal de Panamá.

Un oficio de riesgo y soledad

Ser artillero no es solo detonar explosivos. Es trabajar a la intemperie, bajo un sol abrasador o un frío que cala los huesos. Es vivir semanas lejos de casa, durmiendo en campamentos, y lidiar con la responsabilidad de que una mala carga puede significar un desastre. “Es un oficio sacrificado”, afirma Javier. “Físicamente exigente y emocionalmente duro.”

Esa dureza ha hecho que hoy sea una profesión casi en peligro de extinción. “Cuesta mucho encontrar relevo. Hay trabajo, pero no hay gente que quiera hacerlo”, lamenta.

Panamá

Con la crisis del 2008, las voladuras en España se paralizaron. La obra pública se congeló. Las empresas se marcharon, y con ellas, Javier. A sus cincuenta y tantos, hizo las maletas y se fue a Panamá. Lo que iba a ser un trabajo de nueve meses en una central hidroeléctrica se convirtió en casi cinco años de desafíos y logros.

“Allí no había descanso. Después de la hidroeléctrica pasé directamente al Canal de Panamá. Fui quien realizó la última perforación del proyecto en la zona del Pacífico.” Y no es cualquier anécdota. Javier fue el encargado de ejecutar el último disparo que permitió que el agua llegara finalmente a las nuevas esclusas del canal. Una obra por la que pasaron más de 40.000 trabajadores, entre ellos solo unos 400 españoles.

Caimanes, mareas y humanidad

No todo fue trabajo. También hubo noches con miedo, como aquella en que perforaba de noche con el agua subiendo bajo sus pies. “Pensaba: como la máquina caiga en un socavón, aquí desaparecemos los dos.”

En tierra extranjera, Javier encontró en sus compañeros una segunda familia. “Nos hacíamos piña. Desde el ingeniero hasta el técnico más raso, no había distancias entre nosotros.” Lo dice con una mezcla de orgullo y nostalgia. Compartieron comidas, miedos, triunfos, y también las ausencias. “Echaba de menos a mi familia, claro. Pero sabías que estabas haciendo algo grande.”

El legado del artillero

Hoy, jubilado, Javier mira atrás con serenidad. Sabe que sin su trabajo —y el de tantos como él— no existirían las carreteras, túneles, puentes o canales que conectan el mundo. “La globalización pasa también por nuestras manos”, dice, no desde la arrogancia, sino desde la certeza de haber formado parte de algo más grande que él.

Historias como la suya recuerdan que detrás de cada explosión medida, cada piedra removida y cada estructura caída, hay un rostro, unas manos, y una vida dedicada al esfuerzo silencioso que construye el futuro.

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